Artículo publicado en elcapitalfinanciero.com
Los niveles de desigualdad de Panamá son abrumadores. Vivimos en el país con el tercer peor nivel de distribución de la riqueza de América Latina.
Triste medalla de bronce que no se puede tapar detrás de los rascacielos de la Avenida Balboa. Uno de los tantos factores que influyen en ese resultado patético, es la desigualdad regional. Tenemos un modelo de desarrollo que sufre de hidrocefalia.
Recuerdo que por los años 90 del siglo pasado un estudio socioeconómico se refería a Brasil como “Bel-India”, es decir, un país que mezclaba el nivel económico de la pequeña Bélgica, rodeado por un enorme mar de pobreza propio de los sectores pobres de la India.
Sabrá Dios si la comparación fue certera, pero la metáfora es ilustrativa, guardando las proporciones, de lo que ocurre entre los sectores exitosos de la economía de servicios de la Ciudad de Panamá y el resto de la población excluída de ese círculo en la propia ciudad y en el resto del país.
A partir de 2017 el Centro de Desarrollo de la OCDE realizó un estudio multi-dimensional de la economía de Panamá, publicado en varios volúmenes. En el documento de diagnóstico inicial hay un apartado donde se destaca que “los indicadores de bienestar difieren considerablemente a través de las regiones”.
Allí se menciona que “el acceso a los servicios y a la infraestructura pública difiere sustancialmente entre las regiones, contribuyendo a grandes discrepancias en el bienestar de la población”. Finalmente agrega: “…también están presentes altas discrepancias en términos de productividad a través de las provincias…. Existen grandes divergencias entre las áreas rurales y urbanas en varias dimensiones tales como ingreso, vivienda e higiene, salud y educación, y también entre las áreas de alta población indígena versus el resto del país.”
El motivo de esta situación es histórico, tiene siglos de estar armándose. El resultado es que ya la sede principal de la zona urbana de la zona de tránsito (desde Pacora hasta La Chorrera y Panamá Norte) está literalmente colapsando. No solo porque el sector servicios y logístico de la zona de tránsito tiene la asignatura pendiente de crear muchos más empleos de los que ofrece hasta ahora, sino porque es un hecho que dicho sector tampoco podrá absorber, en un solo lugar, toda la mano de obra que se está concentrando en la Ciudad de Panamá, proveniente de las regiones que ofrecen menos oportunidades.
Para las regiones y para el país es claro que la creación de infraestructuras y la promoción de más y mejores opciones de desarrollo en las provincias, son una prioridad. Aplica aquí el comentario de ese gran patriota y economista panameño, Guillermo Chapman Jr., quien en su ensayo reciente escribió: “…la modernización de la agricultura y la agroindustria ofrece buenas oportunidades de aumentar la productividad de estos sectores y mejorar las remuneraciones de los que trabajan en ellos. Tanto el turismo como las actividades agrícolas, agroindustriales y ganaderas tienen la ventaja de que pueden desarrollarse en toda la extensión del territorio nacional.” (El subrayado es nuestro).
Pensemos, por mencionar un ejemplo, el impacto positivo que podría lograrse en provincias como Los Santos, Veraguas, Coclé, Darién y Chiriquí, que tienen ante sí la inmensidad del Océano Pacífico, si se generaran las condiciones para instalar puertos pesqueros que reciban la descarga de buques atuneros, con grandes frigoríficos y plantas enlatadoras que exporten en serio y en grande.
Ahora bien, ese cambio de rumbo urgente hay que hacerlo, no solo porque favorece a las regiones, sino porque también facilita el éxito de la economía transitista y de servicios que gira en torno al polo de la Ciudad de Panamá.
Si se distribuye la población en todo el país, con oportunidades de bienestar económico equilibradas en todas las regiones, debe diminuir la delincuencia en la Ciudad de Panamá, causada en gran medida por la población que vive allí pero sin opciones.
La disminución de la aglomeración facilitará la recolección de basura, disminuirá el impacto ambiental correspondiente y –en principio— debiera agilizar el manejo del tráfico, ya suficientemente complicado, gracias a la casi inexistente planificación urbana, la cual ha bailado, a través de las décadas, al ritmo poco solidario de los intereses creados.
La redistribución de la población provocará que el aprovechamiento de las fuentes de agua potable, el consumo eléctrico y el uso de las instalaciones de salud y educación, esté menos concentrado, permitiendo la optimización de los recursos y la sectorización de las reparaciones. La Ciudad de Panamá sería un lugar más “vivible” y –por tanto—podría ofrecer una mejor cara al turista.
Después de la pandemia pareciera lógico cambiar el modelo, porque ya el existente estaba agotado desde antes. No creo que la vía de recuperación del país pase por seguir construyendo, “hasta el infinito y más allá”, más barriadas alrededor de la Ciudad de Panamá, cada una con su plaza comercial, donde se repiten las mismas farmacias, restaurantes de comida fusión, salones de belleza y ferreterías, para una población que probablemente pudiese tener un mejor futuro en las provincias, si se crearan las condiciones.
Parece una idea sencilla y obvia. Claro que no estoy hablando de nada nuevo. Pero es algo que no estamos cumpliendo. No podemos cometer el error de ignorar la realidad. Actuar en el sentido propuesto es lo justo y lo solidario, sin embargo, también es prudente seguir esa ruta, porque es lo más estratégico para evitar derivas populistas como las que sufren nuestros amigos de Venezuela y Brasil.